Matrimonio infantil en Oaxaca, prohibido por la ley pero arropado por la costumbre
Matrimonio infantil en Oaxaca, prohibido por la ley pero arropado por la costumbre
Juchitán.— Han pasado ocho años desde que, por ley, en Oaxaca se prohibieron los matrimonios infantiles, luego de haberse aprobado una reforma a los códigos Civil y Penal, lo que convirtió a la entidad en pionera en la materia y, hoy, es uno de los siete estados del país que considera las uniones con menores de edad como un delito.
Pese a ello, esta práctica no sólo se sigue realizando de manera pública, aceptada y celebrada por las familias en algunas regiones del estado habitadas por pueblos originarios, al amparo de convenciones como los usos y costumbres, también se lleva a cabo en zonas urbanas no indígenas con alto grado de rezago social.
Oaxaca es la tercera entidad del país donde más se realizan estas uniones, sólo superada por Chiapas y Guerrero, según datos de la Encuesta Nacional de Dinámica Demográfica realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en 2018.
En el estado, cuatro de cada 10 matrimonios se realizaron cuando alguno de los contrayentes era menor de edad.
Las mujeres colocan el pañuelo manchado de sangre con flores en un altar. Al otro día deciden si la joven “dio honor a su casa”.
Tradición que pervive Lo que estas cifras apenas esbozan, Aurora lo vivió en carne propia. Cuando tenía 15 años, esta joven fue la protagonista de una de las costumbres que mantienen vivas los zapotecas del Istmo de Tehuantepec: el rapto con fines matrimoniales, ritual exclusivo de mujeres que tiene como elemento central la virginidad que da “honor a la casa familiar” y que se sigue practicando principalmente en comunidades como Juchitán, Santa María Xadani, Álvaro Obregón, San Blas Atempa y Unión Hidalgo.
En el caso de Aurora, sólo año y medio duró su unión con Luis, quien la raptó cuando él tenía 22 años. Cuando ella cumplió la mayoría de edad, cansada de sufrir violencia, lo abandonó con su hijo en brazos.
A pesar de que Luis firmó ante el juez municipal de Juchitán que se casaría con ella cuando cumpliera 18 años, no lo hizo. Entonces, él ya tenía 24 y tampoco reconoció legalmente al hijo que tuvieron. Aurora regresó con su familia y comenzó a trabajar para mantener al niño, porque tampoco recibe pensiónalimenticia.
Aunque sabe que podría pelearla, dice que no tiene recursos para pagar la asesoría legal.
Pese a ello, no se arrepiente de haber participado en el ritual del rapto siendo menor de edad, pues considera que “le dio honor a su casa” al mostrar que era virgen la noche que Luis la robó.
“No me arrepiento porque le di honor a mi familia, es una tradición bonita, aunque no me casé por lo civil porque era menor de edad, ni por la iglesia. A los 17 años, él y su familia firmaron ante el juez que se casaría conmigo a los 18, ese día se hizo una fiesta en mi casa como si de verdad nos hubiéramos casado”, narra la joven en entrevista.
Todas las presentes reciben una corona de flores, para dar inicio a la celebración mientras beben licores.
Cobijado por la noche Hasta hace 20 años, en los raptos matrimoniales en Juchitán sólo participaban mujeres mayores de edad. Actualmente, la mayoría son menores, aunque hay mayores de 18 años. Este ritual comienza con el rapto, que se hace con el consentimiento de la novia y se realiza por las noches, con la participación de la familia.
Esa misma noche, los jóvenes entran a un cuarto y consuman el acto sexual, mientras que en el patio de la casa los familiares esperan la noticia de que la novia se mantenía virgen.
La sangre de la joven es colocada en un pañuelo con flores rojas y depositada en el altar familiar. Al siguiente día, la familia de la novia envía una comitiva de mujeres adultas, vecinas y tías, a verificar si la joven se fue de conformidad y a “comprobar el honor que dio a su casa”.
A todas se les enseña el pañuelo manchado de sangre mientras reciben una corona de flores rojas y celebran el acontecimiento bebiendo diferentes licores.
Fuera de la casa, en el patio, más mujeres comen y beben mientras la banda de música toca, el ambiente es de cordialidad entre ambas familias. Cuando la banda toca la pieza Behua xiña’/ Huachinango rojo, es el anuncio de que las mujeres visitantes tienen que bailar para, después, retirarse. Mientras regresan por las calles a la casa de la novia, lanzan “¡vivas!” por su virginidad hasta la vivienda donde continúan con la fiesta.
En el patio de la casa, las mujeres festejan mientras la banda de música interpreta Huachinango rojo, antes de retirarse.
Niñas, no esposas Aunque el rapto no es considerado como matrimonio infantil o entre menores de edad como tal, porque no hay una unión legal y el Registro Civil de Oaxacano puede casar a alguien que no tenga 18 años, para instancias como la Secretaría de las Mujeres de Oaxaca (SMO) son uniones informales con consentimiento social que deben ser erradicadas.
Esto, porque violentan los derechos humanos de las niñas, como el de la salud, a la educación y a una vida libre de violencia. La condena gubernamental no basta para frenar estas uniones, que son normalizadas por las familias y las niñas que participan, a pesar de los esfuerzos que realizan organizaciones sociales o activistas, como la premio Internacional de los Niños por la Paz y bailarina oaxaqueña Aleida Ruiz Sosa.
Esta joven actualmente impulsa su campaña Que las niñas sean niñas, no esposas, con la que busca acercarse a las menores en comunidades indígenas a través de la danza y talleres, para llevarles un mensaje en contra de lo que ella llama “uniones tempranas”.
En tres meses de campaña, la joven ha logrado llegar a 50 niñas de Valles Centrales.
En venta
Tania Francisca Felipe, asesora legal del Centro de Ayuda y Atención a la Mujer Istmeña (CAAMI), explica que en el Istmo de Tehuantepec, además, se normaliza la práctica de la negociación económica entre las familias de niñas raptadas, que se opone a la unión, y la familia del novio.
Esta práctica es condenada por el CAAMI porque la considera una venta. Estos casos son denunciados como estupro, pues, aunque hay un consentimiento, está viciado por la diferencia de edad, ya que siempre el hombre es mayor de 18 años.
El problema no termina con el rapto. Según el CAAMI, 80% de las promesas de matrimonio con las niñas que raptan no se cumplen porque las uniones duran entre uno y seis años.
Aunque no hay estadísticas oficiales sobre este fenómeno, indicadores como los embarazos de mujeres entre los 13 y los 17 años pueden dar una idea al respecto, pues se presume que hay una unión de por medio.
De 2020 al primer trimestre de 2021, la cifra de embarazos en menores de edad ronda los 7 mil 396 casos, de los cuales, mil 282 se han registrado en este año, de acuerdo con datos de los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO).
Bernardo Rodríguez Alamilla, titular de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, dice que para entender este fenómeno no se debe estigmatizar a las comunidades indígenas, porque estas uniones también se dan en cinturones urbanos de las grandes ciudades y con altos niveles de pobreza.
“Desde el punto individual, las más afectadas son las niñas, por los bajos niveles de educación, pobreza y poco acceso a programas de salud reproductiva.
“Desde lo familiar, social y comunitario, están muy arraigadas estas construcciones culturales: dar honor al casarse y estereotipos de género en los que se piensa que la mujer necesita la tutela y protección de un hombre a través del matrimonio. Desde lo institucional, urgen políticas públicas que generen cambios reales en la cultura, una mayor participación e incentivación educativa y promover el acceso a programas de salud sexual”, advierte.
Fuente: El Universal de Oaxaca.
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